Marilina Bertoldi: retrato de una outsider que vino a cambiar las reglas del rock nacional

De adolescente pueblerina a rockstar queer, Marilina Bertoldi prendió un fuego en la música argentina. Y sabe que esto recién empieza

Viste ese show de James Brown en África?”, pregunta al aire Marilina Bertoldi mientras la maquillan para la producción de tapa de Rolling Stone. “Ponelo”, dice, y enseguida alguien lo busca en YouTube: es el registro de la presentación del rey del funk en Kinshasa, Zaire, en 1974.

Todos los que la rodean -vestuaristas, productores, fotógrafos, periodistas- se acercan para admirar la calidad de la grabación y comentar sobre el atuendo extravagante o los movimientos de Brown mientras canta “The Payback”. Marilina, que está sentada en una banqueta en la cocina de su loft de Belgrano, va marcando detalles desde lejos de la computadora: conoce el show de memoria. “¡Esta parte!”, grita para lograr que todos escuchen las palabras de Brown cuando termina de cantar el primer tema: un pequeño discurso en el que explica que le habían pedido que tocara clásicos, “lo mejor de James Brown”, pero que no iba a poder cumplir ese pedido por una sencilla razón: “Lo mejor de James Brown aún está por venir”.

Marilina lo repite casi al mismo tiempo, imitando su cadencia en cada palabra: “The best of James Brown is yet to come”. Y sonríe con los ojos achinados de admiración.

En las horas que dure la producción, la tarde del 30 de abril (dos semanas antes de ganar el Gardel de Oro), Marilina seguirá compartiendo registros de shows históricos y raros, musicalizando la sesión y dejando sus apreciaciones en distintos momentos. Le gusta hablar de música, y compartirla. Disfruta, y le sale naturalmente, encauzar la atención de todos en alguna dirección.

La melómana autodidacta que se convirtió en pocos años en una de las artistas más interesantes y fuertes de la escena local, con un discurso y una postura fuertemente feministas, enseña sus raíces y ahí nomás, después de James Brown, se levanta y busca una presentación de María Gabriela Epumer en el canal CM en 1998. María Gabriela, cantante, compositora y guitarrista de Charly García y Viuda e Hijas de Roque Enroll, muestra su fragilidad sobre un escenario televisivo, usa un saquito negro calado bien noventoso y unas hebillas infantiles en el pelo lacio despeinado. Marilina se fascina con la imagen.

Ese show también lo conoce de memoria: ahí Epumer repasa los temas de su primer disco solista, Señorita corazón (1997), antes de editar Perfume (2000), el segundo y último material de una carrera interrumpida por la muerte prematura. “Me parece la mejor, no hubo otra igual. Pero no tuvo contexto, ni referentes, y aun así lo hizo”, dice Marilina. “Tuvo muchas bandas de mujeres… Me da paz escucharla. Lamento que no esté acá en este momento, es la 1 y nadie la conoce. Siento que es la persona que me hubiera ahorrado muchas preguntas, me hubiese identificado mucho con ella: la amo como productora, como intérprete, como compositora. La amo”.

Marilina Bertoldi en la tapa de la edición de junio de Rolling Stone
Marilina Bertoldi en la tapa de la edición de junio de Rolling Stone

Esa escasez de referentes femeninas volverá a ser mencionada por Marilina una y otra vez. La considera la primera y gran dificultad que tuvo que afrontar en su camino en la música. El 14 de mayo, cuando recibió el premio Gardel al Mejor Disco del Año porPrender un fuego (2018), Marilina rompió la barrera del under y se plantó en el estrado del auditorio Ángel Bustelo de Mendoza con la convicción de que podía capitalizar el momento para algo más que una simple lista de agradecimientos.

Se le notaban los nervios, pero tenía muy claro lo que quería decir: “La única persona que no es hombre que ha ganado este premio fue Mercedes Sosa hace 19 años: hoy lo gana una lesbiana”, dijo Marilina con una sonrisa. Su mamá y su hermana, la cantante y guitarrista de Eruca Sativa Lula Bertoldi, la aplaudían desde la platea con lágrimas en los ojos.

Ese reconocimiento marca un punto de quiebre en la carrera ascendente de Marilina y también en la relación de la industria local con el nuevo rock, atendiendo además el clima de época alrededor de los reclamos de género. Es difícil pensar que un Gardel vaya a producir un cambio profundo en el negocio, pero fue simbólicamente fuerte que Bertoldi se quedara con un premio por el que competía con Babasónicos, Andrés Calamaro y Los Auténticos Decadentes.

Tanto sobre el escenario como en sus declaraciones posteriores, Marilina se mostró suelta y combativa: “Lo festejo como un artista nuevo, como un artista que viene a cambiar las cosas, a decir algo distinto, de otra forma, compitiendo con artistas de mucha carrera”, dijo frente a las cámaras. “Entréguennos estos premios, dennos estos lugares que vamos a cambiar la música, vamos a acercarla a la juventud”.

 

En las redes sociales, las pibas lo celebraban como un triunfo colectivo. Mientras tanto, Marilina daba en Mendoza una pequeña conferencia de prensa en la que explicaba por qué había ganado la terna con justicia: “Para ser considerados buenos discos, tienen que haber generado un impacto en algún grupo de personas, idealmente que sean jóvenes, o idealmente hablar de una temática de la que nadie hable. Y este es el caso. Trae algo nuevo, y lo nuevo en este caso viene de la mano del rock, es el punto en el que se empieza a dar la mano con un discurso más interesante”. Después de pasarle factura a Calamaro por las declaraciones que había hecho contra el cupo femenino en festivales (él después quiso acercar posiciones vía Twitter), Marilina dejó picando un título de trasnoche: “Yo siento que el rock de los hombres murió hace muchos años”.

Pero antes que esa pequeña tormenta mediática, Prender un fuego fue básicamente un muy buen disco, el primero que tuvo a Marilina como productora de todos los temas, junto a quien también fue guitarrista de su banda, Brian Taylor. El álbum significó un salto de experimentación sonora más allá del rock blusero con el que se la solía identificar, y una incursión en melodías más etéreas y oscuras pero también bailables, funkies, difíciles de clasificar. A nivel escénico,

Prender un fuego profundizó el rumbo estético que había empezado con “Y deshacer”, tema de su disco anterior ( Sexo con modelos, de 2016), cuyo video la muestra empoderada, fuerte y segura de su sensualidad, capaz de lograrlo todo. En ese video, Marilina toca la guitarra en corpiño; un tapado de piel sobre sus hombros le cubre parte del torso pero deja ver sus abdominales ajustados en un pantalón de tiro alto. Ella se contonea mirando a la cámara como una rockstar fatal.

 

Algo de esa personalidad más extrovertida se empezó a filtrar en las presentaciones en vivo con su banda, indudablemente en sintonía con la Marilina que subió a recibir los Gardel (además del de Oro, ganó el de Mejor Álbum de Artista Femenina de Rock). “Sobre el escenario no soy yo, nunca logro estar del todo ahí”, decía Marilina en su casa, un par de semanas antes.

Cuando habla, gesticula con histrionismo y un cierto sentido de comedia alimentado por horas de Los Simpson Saturday Night Live. “Pero ahora lo estoy llevando a un personaje con la ayuda de mis vestuaristas: estoy tan lookeada que soy otra; estamos todavía en búsqueda, pero me estoy acercando a lo queer, a lo andrógino. Lo veo como una gran perfo, no me lo tomo tan en serio. Mi rol es el de la que sube y patea, eso me libera, me permite sacarlo todo y al mismo tiempo bajar data, decir algo que tenga repercusión. Sé que la gente me sigue por eso. Tuve que armarme mi movida porque no había un circuito para mí, porque no soy del indie ni del rock, no soy parte de un movimiento musical que en este momento sea masivo. Pero eso nunca me importó”.

Un tema de 4 Non Blondes y uno de Bandana. Con ese pequeño repertorio Marilina Bertoldi se subió por primera vez a un escenario, cuando tenía 13 años, en un concurso musical en el que competían estudiantes de todos los colegios secundarios de Sunchales. El tema de 4 Non Blondes era, por supuesto, “What’s Up”, hitazo de la MTV de los 90. El de Bandana… Marilina no lo recuerda. Como sea, ganó el primer premio y empezó a darle la razón a Lula, que supo antes que nadie que su hermanita tenía talento para eso. Pero faltaba mucho para que ella misma se convenciera. Y pasaron muchos años, muchas formaciones, conflictos emocionales y crisis existenciales hasta que comprendió cuál era su verdadero destino.

Marilina Bertoldi nació el 13 de septiembre de 1988 en Sunchales, una localidad de 20.000 habitantes a 135 kilómetros de la capital de Santa Fe. Su padre es contador y su madre tiene un instituto de integración, estimulación temprana e inserción laboral para personas discapacitadas. Lula nació tres años antes y, de manera más o menos consciente, guio el camino musical de ambas. “Nuestro viejo es melómano”, dice Marilina. “Tiene muchos discos, siempre los tuvo, en la época del 1 a 1 compraba cajas en Amazon que le llegaban todas las semanas con los lanzamientos. Compraba todo. Siempre fue fanático de Pink Floyd y los Redondos, pero llegaba a comprar cosas como Eminem, por ejemplo: compraba todo lo que salía y le parecía interesante”.

Marilina recuerda a su padre todas las tardes escuchando esos discos durante horas, sentado con sus auriculares. Y cuando él se iba a trabajar, ella se “los robaba”. “A veces se los perdía y él se re enojaba. Es más, el primer disco que compré fue para reponérselo: Jagged Little Pill de Alanis Morissette”, cuenta Marilina mientras se prende un armado, sentada en la alfombra peludita de su living. Su Fender Telecaster recién comprada reposa en el sillón, debajo del cual se amontonan algunos libros. Otros instrumentos también se ven por ahí: un bajo Squier, una JEG, dos acústicas, un Midi y una batería en el cuarto-estudio acustizado con un colchón.

Marilina nunca estudió música, pero siempre hizo música. Y la clave, además de ese contacto cotidiano con los discos de su padre, fue la abuela Potota, madre de su madre, pianista y directora de coros. Los sábados en Sunchales se comía asado y se tomaba helado en lo de la abuela Potota y el abuelo Gordo, su marido, pero Marilina comía rápido y se perdía el postre para encerrarse en el cuarto del piano a tocar. Sola. “Tenía 4 o 5 años y componía, armaba melodías, tocaba acordes y los repetía y repetía porque no había forma de grabarlos, así que el sábado siguiente volvía y hacía lo mismo. Tenía mis canciones, las tocaba una y otra vez: nunca me interesó sacar temas de nadie. El piano fue el primer instrumento, después empecé a cantar y después le sacaba la guitarra a Lula. Ella siempre quiso que yo hiciera música, lo vio antes que yo. Todos lo vieron antes que yo”.

Marilina (izquierda) con su hermana mayor, Lula Bertoldi de Eruca Sativa, en Sunchales, Santa Fe, entre fines de los 80 y comienzos de los 90
Marilina (izquierda) con su hermana mayor, Lula Bertoldi de Eruca Sativa, en Sunchales, Santa Fe, entre fines de los 80 y comienzos de los 90 Crédito: Gentileza Marilina Bertoldi

Durante la adolescencia, mientras desarrollaba en silencio su búsqueda artística, Marilina sentía la falta de referentes no solo en la música, sino también en otro ámbito: el de la sexualidad. A pesar de que siempre se definió pública y abiertamente como lesbiana, el recorrido personal que hizo hasta poder asumirlo y decírselo a sí misma no fue nada fácil. “La primera vez que me di cuenta de que me gustaba una chica tenía 4 o 5 años, no sabía qué era pero sabía que estaba mal. Recuerdo ese sentimiento de ‘uy, estoy rota'”, dice. El hecho de vivir en una ciudad chica tampoco ayudaba.

“En Sunchales, la diversidad implica estar entre las sombras. No tenía acceso a la información: más allá de que eran los 90 y principios de 2000, haber nacido en un pueblo sin Internet es como haber nacido en los 50 y ser lesbiana. Poder hablar y vivir la sexualidad es tan importante para el amor propio. A todos nos cuesta, pero a mí me llevó mucho comprender que no estaba rota”, dice Marilina antes de marcar cómo esa sensación de apartada se profundizó por el hecho de asistir a un colegio católico. “Ahora, habiéndolo incorporado, sabiendo que estoy en un lugar privilegiado y con todo el territorio ganado por la comunidad, me doy cuenta de la importancia de poder visibilizar la historia de las lesbianas de nuestro país y de todo aquello que no sea hombre hétero cis”.

Por eso para ella fue tan importante aludir a su identidad sexual cuando recibió el Gardel. “Si no lo digo queda invisibilizado, silenciado”, explica. “Es importante para la libertad de elección en el desarrollo de cualquier pibe, que lo vean en la tele y digan ‘no es tan raro’, que lo puedan pensar y debatir. ¿Cuántas lesbianas conocés en los medios y la tele y cuántas heterosexuales? Esa desigualdad afecta a las personas que necesitan confianza al construir su identidad, su seguridad, su cariño propio”.

Al terminar la secundaria, todavía tratando de encontrarse a sí misma, Marilina se fue sola de Sunchales y se instaló en Buenos Aires para estudiar Publicidad. Empezó a moverse por círculos queer y a conocer de a poco a “gente del palo”, tratando de encontrar aquel lugar de pertenencia que el interior no había podido darle. Más allá de que sus viejos le bancaban un departamento en Belgrano, trabajó en un kiosco y en la organización de eventos como congresos de medicina. Marilina entendió definitivamente cuál era su vocación frente a la imagen de un corazón abierto. Literalmente.

“Ahí fue donde me cayó la ficha”, recuerda. “Yo estaba mal porque no sabía qué quería hacer, la música no estaba dentro de mis posibilidades, pensaba que iba a terminar cantando en casamientos, y a Lula le estaba empezando a ir bien con Eruca y nunca quise que me asociaran a ella. Pero fue en un congreso de cardiología, en el que estaban todos apasionados mirando una cirugía de corazón, que entendí que quería sentirme así por algo, y lo único que me apasionaba de esa manera era la música. Así que me dije a mí misma: pase lo que pase, voy a hacer esto, lo único que me hace feliz. Y ahí tomé las riendas”.

“Ella pensaba que no estaba preparada, tenía muchas dudas”, cuenta Lula desde su casa, mientras su hijito de 3 años, Julián Sorín (al que tuvo con Nico Sorín, compositor, cantante y hombre orquesta), exige su atención a los gritos. Lula es parte de una de las formaciones mixtas (dos tercios de Eruca Sativa son mujeres, la completan la bajista Brenda Martin y el baterista Gabriel Pedernera) más fuertes de la última generación nacional del rock pesado.

Su fortaleza la demuestra no solo con la potencia de su voz y su virtuosismo en la guitarra, sino también desde lo discursivo. Respecto de Marilina, Lula siempre se mostró maternal. “Tenía dudas”, sigue Lula. “Pero hacía unas canciones de puta madre, y cuando nosotros llegamos a Buenos Aires con Eruca, empezó a juntarse con músicos y a darle forma. Siempre tuvo algo mágico y esa capacidad de aprender sola: la dejo de ver durante dos meses y es impresionante lo que crece, cambia, mejora, se supera. Como es re cabeza dura, se encierra y en meses la rompe. Es un talento natural muy grande el que tiene, y la música le brota; a mí me cuesta mucho más componer. La admiro desde siempre”. Elena, la madre de ambas, nunca dudó de que el viaje a la Capital derivaría en su realización musical, más allá de las dificultades con las que se topara en el camino:

“Siempre creímos en ella y sabíamos que lo que hiciera lo iba a hacer bien, porque para cumplir sus objetivos pone muchísima energía y fuerza, es muy comprometida y es una apasionada: busca día a día perfeccionarse, mejorarse, se desafía permanentemente. Y también tiene un costado más introvertido, un mundo interno riquísimo”, dice desde Sunchales.

"No había un circuito para mí. no soy indie ni rock, no soy parte de un movimiento que hoy sea masivo. pero eso nunca me importó", dice Marilina Bertoldi
“No había un circuito para mí. no soy indie ni rock, no soy parte de un movimiento que hoy sea masivo. pero eso nunca me importó”, dice Marilina Bertoldi Fuente: RollingStone – Crédito: Inés Auquer

Para Marilina, el empuje y la insistencia de Lula fueron fundamentales a pesar de que sabía que había diferencias de personalidad innegables: Lula es más extrovertida, más sociable, en las reuniones familiares o juntadas con amigos sacaba la guitarra y hacía que todos cantaran a su alrededor. “Yo no quería ser el centro de atención, no me gusta ni lo disfruto”, dice Marilina. “Es raro que lo diga pero me gusta ser una más y admirar a quienes sí lo hacen.

Soy muy tranquila y la vida me llevó a desarrollar herramientas emocionales contra todo eso. Pero soy de estar en mi casa, componiendo, mi lugar favorito es el de componer sola. Lo disfruto más que el vivo. Por eso estoy en búsqueda constante de compañeros; cambié mucho. En un momento fui rock, pero ahora siento que estoy en otro lado: el solista tiene más oportunidades de abrir un abanico más amplio. Me sentía muy limitada con el formato banda”.

Marilina Connor Questa se llamó la primera formación con la que comenzó a tener repercusión en Buenos Aires. El guitarrista Hernán Rupolo (que también fue miembro de Octafonic, la banda liderada por su cuñado Sorín) la fundó con ella y fue el único miembro estable en los cinco años que duró, de 2010 a 2015. En dos discos y un par de singles más, una Marilina que salía de su adolescencia con el pelo largo y planchado tapándole los ojos entregó su amplitud vocal a un proyecto post-grunge machacante, de pasajes heavies. “Con estos chabones re tranca, con los que podía tener charlas copadas, empezamos a ensayar mis temas. Un día les dije ‘vamos a grabar esto, vamos a sacar un video por tema y vamos a hacer una gira’. Pedí prestada una van y fui manejando: salimos a tocar”.

“Marilina es de esas artistas que captan tu completa atención en los primeros diez segundos de una canción: eso me sucedió la primera vez que la escuché”, dice Hernán Rupolo. “Además de ser una artista tan completa, siempre tuvo la vocación de laburo para llegar a donde está, nunca pidió nada, nunca dejó que nadie le regale nada, siempre se lo ganó”.

Marilina recuerda con cariño sus primeros grandes pasos, pero también analiza y confiesa: “Era evidente que estaba evitando el momento de ser solista”. La idea empezó a cobrar forma en sus incursiones más acústicas e íntimas -que editó en formato digital- y se cristalizó tras disolver a la banda. Entonces se dedicó exclusivamente a construir a la Marilina Bertoldi que hoy conocemos: una artista capaz de tocar el instrumento con el que se encapriche en el momento y experimentar con los géneros sin prejuicios.

La solista que sorprendió a la escena en 2016 con Sexo con modelos, editado por Pelo Music luego de que el dueño del sello, el legendario productor discográfico Pelo Aprile, la fichara tras perderse la oportunidad de tener a Eruca. Pelo creyó que la hermana menor de Lula sería una especie de premio consuelo, y al principio no quiso saber nada. Hasta que vio un video que le mandó la artista Madda Bergeret, amiga suya, y quedó sorprendido. Para confirmar la impresión fue a verla en vivo. “Me caí de culo”, dice Pelo ahora, “no solo por su arte, sino también por su actitud”.

 

‘Esto es más nerd; aprovecho la gira para perfeccionarme como instrumentista donde todavía me siento medio verde”, dice Marilina sobre su formato en solitario, sin banda, que la llevó a recorrer durante los primeros días de mayo varias localidades del sur del país junto a su sonidista, Rocío Pradines, una chica super tímida que es igual a Elisabeth Moss, la protagonista de Handmaid’s Tale.

Las dos aprovechan el viaje para leerSinceramente, el libro de Cristina Fernández de Kirchner, y parecen competir por ver quién se lo devora primero. Ninguna puede parar. Más tarde, en el set, Marilina repasa una selección de sus dos discos en versiones adaptadas. Está absolutamente sola sobre el escenario y toca todo: una batería armada con bombo, redoblante y hi-hat, guitarra, y mientras tanto graba voces, palmas y otros sonidos vocales con una loopera.

En Pirkas, un boliche de la ciudad de Neuquén donde suelen tocar todas las bandas porteñas cuando visitan la provincia, 150 personas rodean el escenario bajísimo, únicamente decorado con el pañuelo verde que cubre el redoblante y sirve de statement. Frente a Marilina, cómoda y suelta en plan unipersonal, que aprovecha para desplegar su personaje a través de comentarios graciosos (referencias a los Simpson, por ejemplo) y muecas, hay tres chicas que se saben todas las letras y se emocionan con cada palabra.

“Es una bestia, una hija de puta”, dice una después de “Cosas dulces”. “¡Vamos las pibas!”, gritan varias veces, sabiendo que se encuentran ante una militante cultural de la lucha pública por varias causas de la agenda feminista, algunas más globales como el aborto legal, otras más focalizadas en la música como el cupo de artistas mujeres en festivales. Desde el escenario, desde las redes y desde su discurso en los medios, Marilina se muestra consistente, empoderada, y acá, sola, lo hace desde el lugar que siente más sincero o menos forzado: la música.

Antes del único bis, el cover de “What’s Up” de 4 Non Blondes, cuenta por arriba la historia de la primera vez en la que cantó en vivo, en ese concurso de talentos en Sunchales. “Gané y fue hermoso”, dice, sin dar demasiados detalles. Aunque pasaron 17 años, se entiende aquel triunfo: la fuerza y las posibilidades de su voz se pueden apreciar en una versión que, por la elevación del tono, pocos pueden llevar de manera digna. Al final del show, como le viene pasando en cada punto de la gira, los fans le regalan porro; esta vez, le dan uno que en la seda tiene escrito MARILINA.

FUENTE: RollingStone.ocm.ar – Crédito: Inés Auquer

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