Nadal-Kyrgios: una rivalidad en llamas, con morbo y dientes apretados en Wimbledon

LONDRES.- Son las 18.35 en esta porción de Gran Bretaña. Los abanicos, en el imponente Centre Court de Wimbledon, su mueven a ritmo infernal. La soleada tarde que cosquillea los 30 grados enrojece cuerpos de piel blancuzca desacostumbrados a los rayos solares directos como rayo láser.

 

Se juega el tercer set y los vasos de cerveza tirada -tan populares por aquí- transpiran en las manos. Un tiro del excéntrico Nick Kyrgios se pierde largo y la pelota choca contra la lona verde oscuro de la Catedral del tenis. De inmediato, Rafael Nadal salta como un resorte, grita, gesticula. El público reacciona a su pedido y ruge.

El mallorquín se dirige al descanso 5-4, tras haber ganado 6-3 el primer parcial y perdido el segundo, por el mismo marcador.

El número 2 del mundo, pero tercer cabeza de serie en el All England esta temporada por aquello del distinto criterio del torneo sobre césped más prestigioso para designar a los favoritos, celebra como si en ese momento hubiera ganado el trofeo, como si en esa falla del australiano le hubieran asegurado su tercera copa en el major británico. Sin embargo, apenas es la segunda ronda.

 

Pero es evidente: el partido tiene una carga emotiva especial. Hay morbo, sí, porque no se toleran. Hay competencia, también, porque el talentoso pero indescifrable Kyrgios puede perder en menos de una hora ante un Top 100 pero arruinarle el día a un Top 10; eso hace que Nadal esté muy alerta, como un león.

Un veterano periodista de tenis compara la expectativa que se respira en el club para este Nadal-Kyrgios con aquellos duelos de los ’80 entre Lendl, McEnroe y Connors.

 

 

“No estoy seguro de que podamos ir a tomarnos unas cervezas juntos. No lo conozco para nada, solo como jugador.

Hay gente con la que me llevo bien y otra con la que no, eso es todo”, había señalado Kyrgios (actual 43° del ranking; 13° en 2016) sobre Nadal, a quien le mostró los dientes y su documento de identidad hace cinco años, precisamente en Wimbledon, cuando tenía 19, era 144° del tour y lo derrotó en cuatro parciales. Rafa, que era número 1, sufrió una decepción enorme en aquellos 8vos de final.

Aquel día, sorpresivo para el mundo de las raquetas, el jugador nacido en Canberra se transformó en el tenista con ranking más bajo en derrotar al líder del tour en un Grand Slam desde que Andrei Olhovskiy (193°) superó a Jim Courier en Wimbledon 1992. Aquel cimbronazo dejó una marca. Y una herida que sigue sin cicatrizar.

Es verdad que a partir de allí Nadal derrotó tres veces a Kyrgios, pero éste también lo venció, y dos veces más, la última en los octavos de final de Acapulco, esta temporada, certamen que finalmente el australiano conquistó. En el balneario mexicano hubo fuego cruzado, Kyrgios le sacó de abajo a Rafa y éste le dedicó un mensaje: “Tengo muchos años en el circuito y no porque un chico se dedique a hacer cosas extrañas dentro de la cancha a mí me va a despistar.

Otra cosa es que creo que tiene que mejorar en ese sentido, no creo que sea un mal chico, pero le falta el respeto al público, al rival y a él mismo también”.

Nadal y Kyrgios son el agua y el aceite. De estilos totalmente antagónicos. Rafa controla su ferocidad. Desea ganar como nadie, pero no rompe las cadenas ni cruza los límites.

Se dedica a jugar la próxima pelota, siempre la próxima pelota, monótono, robótico, voraz. Su rostro se endurece cuando algo no le agrada, pero es amigo de la caballerosidad. Es verdad: los árbitros, a esta altura, le permiten ciertas licencias, como los segundos de más que habitualmente se toma entre saque y saque, situación que irrita a varios, muchísimo a Kyrgios.

El australiano que fuera del court de tenis suele andar vestido con prendas y zapatillas de básquetbol, maldice, habla entre punto y punto, sonríe socarronamente. Tiene pereza para caminar, casi no mueve sus piernas, pero ostenta un swing eléctrico y consigue escopetazos desde su mano diestra. “Eres una desgracia, eres una broma. Crees que eres el importante, ese es el problema”, le dispara Kyrgios, durante un descanso, al francés Damien Dumusois, un umpire con varias finales de Grand Slam dirigidas y hasta una semifinal histórica, la de Roland Garros 2011, cuando Roger Federer le cortó una racha de 43 victorias consecutivas a Novak Djokovic.

John McEnroe, desde la cabina de TV ubicada casi dentro de la cancha, se agarra la cabeza, incrédulo de lo que escuchaba por el auricular (justo él). En el 30-30 y 4-4 del tercer set, Kyrgios le tira pelotazo al cuerpo a Nadal (un latigazo que podría haber ido a la tribuna) y éste lo mira mal. Luego, en rueda de prensa, el australiano escupiría: “¿Pedirle perdón? ¿Cuántos Grand Slam tiene? ¿cuánto dinero tiene en el banco? Puede soportar un pelotazo en el pecho. Sí, quise pegarle. Y gané el punto”. Y Rafa respondería al respecto: “No digo que Nick haga esto para molestar al oponente, pero es cierto que a veces es peligroso.

Cuando él golpea la pelota así, es peligroso. No es peligroso para mí, es peligroso para una jueza de línea, peligroso para el público. Cuando golpeas la pelota de esta manera, no sabes a dónde va la pelota”.

Como si al duelo le faltaran condimentos, en la noche previa al partido se lo vio a Kyrgios en la barra de Dog & Fox, un pub muy conocido del barrio de Wimbledon. Pero el australiano le quitó importancia.

Nadal, en otra sintonía, terminó imponiéndose por 6-3, 3-6, 7-6 (7-5) y 7-6 (7-3), sumando su victoria número 50 en Wimbledon y avanzando a la tercera ronda (su próximo rival será el francés Jo-Wilfried Tsonga). El español compite para intentar ganar Roland Garros y Wimbledon en el mismo año por tercera vez e igualar el récord de Bjorn Borg (ganó París y Londres entre 1978-80; Rafa, en 2008 y 2010).

Tras quedarse con el último punto del duelo, Nadal se eleva en el aire y suelta su descarga; festeja con el dedo índice en alto, señalando el “1”, al igual que en aquel partido de Federer y Djokovic.

Del otro lado, Kyrgios se cambia las zapatillas (reemplazándose las blancas de tenis por una coloridas), arroja las botellas de agua en el cesto y obsequia cuatro toallones al público.

Nadal lo espera, como indica la tradición en el Centre Court. Caminan juntos hacia la salida, se detienen a firmar un puñado de autógrafos. Ambos se endulzan con aplausos.

Son casi las 20 en Londres. El court central está totalmente cubierto por la sombra. Pero quedan llamas encendidas que difícilmente apagará algún día esta rivalidad.

FUENTE: lanacion.com.ar Por: Sebastián Torok
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